Las
emociones son esa cosa que recorre el cuerpo de arriba hacia abajo y desde los
huesos hacia la piel misma, erizándole y provocando que los bellos que la
cubren pasen de estar en reposo a querer levantarse como si se fueran a desprender
de ella.
Bueno,
estamos hablando de ese conjunto de sensaciones positivas, que pueden ser
provocadas por tantas cosas, por tantas situaciones, incluso por lo que muchos
pueden pensar “insignificantes”, sin embargo, es ahí donde está la magia, que
cosas pequeñas logren manipular semejante creación de Dios, el cuerpo humano;
que una mirada, una presencia, una sonrisa o el sonido de una voz, sucumban el
cuerpo de otro ser.
Estamos
hablando, tal vez, de esas emociones provocadas cuando hay un fuerte interés en
otro ser, las que te transforman el rostro, te cambia el color y hace que
sientas que eres la persona más torpe del mundo y te haces pequeño ante la
enormidad de lo que sientes, es esa sensación que hace latir al corazón cien
veces más rápido de lo que normalmente debería, que dobla tus
articulaciones y debilita tus piernas.
Es
divertido y considero que hasta terapéutico, mueve al cuerpo, la mente y le da
alimento al alma, una droga para la que no hay prohibición y que todos
deberíamos consumir para estar en la misma sintonía.
Pero no
olvidemos aquella sensación que también nos da, la brisa del mar, el orgullo de
un logro, la compañía de un amigo, las noches en desvelo por una gran
conversación, la puesta de sol o el ocaso; tener vivo el sentido apreciativo a
lo que se nos regala.
Dichosos
aquellos que en algún momento de la vida tenemos la oportunidad de tener esa experiencia, de que le demos al
cuerpo, al alma y al corazón ese alimento intangible que lo llena de vida, ese
conjunto de vitaminas y adrenalina que
no permite que este se marchite y le dé luz a nuestro rostro y color a nuestra
piel, simplemente… le de vida que contagie.
Si todos en este mundo lo sintiéramos así, la raza humana seria otra cosa.
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